Como hemos visto, los instintos parecen intervenir en la lucha ajedrecística, también desempeñará un gran papel la afectividad, tan íntimamente ligada a ellos en nuestra actividad psíquica. En efecto, el estado emotivo del jugador influye, a veces de un modo decisivo, en el resultado de la lucha. Cuando un espectador ingenuo y poco familiarizado con el ajedrez entra en la sala donde se está jugando un torneo, creerá que todo es paz en aquel ambiente silencioso, con los jugadores inmóviles, incluso estáticos ante el tablero, y por completo ajenos a cuanto sucede a su alrededor. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Cada cerebro pensante es, al mismo tiempo, un volcán de las más variables e intensas emociones y pasiones.
Unas veces, por el placer de haber encontrado una bella y decisiva combinación, otras, por la impaciencia de no encontrarla. Este, porque su reloj ha avanzado más de la cuenta y se encuentra falto del tiempo necesario para meditar suficientemente las jugadas. Aquél, porque su posición va empeorando poco a poco y no se le ocurre un remedio adecuado a su mal. Y todos presos dentro del ambiente, del clima de un combate violento y de resultados inciertos, en suma, de la emoción que toda lucha lleva consigo. Por esta razón, el temperamento es factor importante y a veces decisivo.
Las personas excesivamente nerviosas, impulsivas, impresionables, indecisas, están, en general, mal dotadas para el ajedrez, ya que dicho juego exige en todo momento un claro juicio que no es posible cuando la afectividad vibra en exceso. Por el contrario, los temperamentos fríos, flemáticos, como era, por ejemplo, el de Morphy, tienen mucho ganado ante el tablero, pues rara vez les traicionará una explosión afectiva. Las anteriores consideraciones nos llevan como de la mano a tratar, aunque sea brevemente, de los aspectos psiquiátricos del ajedrez.
Se oye decir con frecuencia que es un juego perjudicial para la salud psíquica y que incluso puede producir la locura en personas predispuestas. Como he tenido ocasión de indicar en múltiples ocasiones, tal opinión carece de fundamento. El ajedrez no figura entre las causas posibles de la locura, aunque reconozcamos que no es a propósito para determinados individuos que no han logrado una perfecta integración de su personalidad. La lucha ante el tablero exige, como ya hemos dicho, una intensa preparación y un gran esfuerzo mental. Pero ocurre otro tanto en una multitud de actividades intelectuales. Con una dedicación sin exageraciones, el ajedrez es totalmente inofensivo. Sus peligros son más bien indirectos, como habrá tenido ocasión de comprobar el lector en párrafos anteriores. Se trata del eterno tema del uso y el abuso de las cosas. El exceso es casi siempre dañino en todo, incluso en lo más inofensivo.
y no dejes de pasar esta gran oportunidad que tenemos para ti.